Jornada de estudios internacional: La experiencia revolucionaria en la cultura hispánica: memoria, modelos, transferencias

8 de marzo de 2019

Convocatoria

(Fecha límite para las propuestas: 10 de enero de 2019)

 

Lugar: MSHS – Universidad de Poitiers

Organizadora: Céline Gilard

celine.gilard@univ-poitiers.fr

 

El mundo hispánico ha conocido repetidas veces, directa o indirectamente, la experiencia revolucionaria. ¿Qué formas tomó la experiencia directa, cuando se produjo? ¿Cuál fue el eco de las revoluciones que estallaron en otras zonas del mundo? ¿ Cuál fue el impacto de tales acontecimientos en las sociedades y las conciencias?

Si nos basamos en los diccionarios, el estado de la lengua nos aclara la naturaleza y la percepción del hecho revolucionario. En 1956, el DRAE propone la definición siguiente: «cambio violento en las instituciones políticas de una nación«, que también es la de Casares. La edición actual del DLE propone una definición revisada: «cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional«. La violencia ya no es suficiente para caracterizar el hecho revolucionario; la revolución reside ante todo en la dimensión radical y profunda del cambio. Así, cualquier golpe de Estado no es una revolución (o ha dejado de serlo) para las conciencias contemporáneas. Para María Molíner, los dos aspectos son equivalentes: «cambio político muy radical o realizado con violencia«.

También se nota una especificación (o una restricción) a este respecto en la actual edición del DLE con respecto  al DRAE de 1956 : la revolución transforma no sólo el régimen político, sino también las estructuras sociales y económicas de una nación. La percepción de lo que es ha cambiado con el tiempo, posiblemente bajo la influencia de ciertos modelos o teorías de la revolución. De tal modo que de entrada, percibimos ciertos sucesos pasados como revolucionarios, si corresponden a unos «cánones» implícitos, cuando consideramos otros como manifestaciones «nacionalistas» o «independentistas» antes que revolucionarias. Asimismo, el estudio lexical subraya el carácter divisivo del hecho revolucionario en las representaciones:        aunque pretenden ser denotativas, las definiciones pueden ser vectores de un juicio moral implícito. Así, para María Molíner, la revolución es igualmente una «alteración grave, extensa y duradera del orden público, encaminada a cambiar un régimen político«. La noción de «orden público» define la revolución desde un centro implícitamente percibido como la norma; se presenta, pues, no como la matriz fecunda de un orden nuevo, sino como un momento de caos y de desorden (al revés de lo que hace el «revolucionarismo»). Esta visión coincide con los sinónimos propuestos por el DRAE de 1956: «por ext., inquietud, alboroto, sedición«, que ven la revolución como un desorden y suponen una perspectiva jurídica y delictiva, con la noción de sedición. El DLE propone un significado más: «cambio rápido y profundo en cualquier cosa«, sin dimensión política, y que tampoco supone una acción espectacular, ni siquiera una acción : el hecho no es sino una ruptura con un estado anterior.

Interrogaremos las formas diversas que adoptaron los hechos revolucionarios directos, en la Península ibérica como en América latina -guerras de independencia, guerrilla, insurrecciones, pronunciamientos, sublevaciones contra el poder regio, revueltas de campesinos, pero también mutaciones y cambios de paradigma-, y la forma en que influyeron en el imaginario y las prácticas políticas, las representaciones. ¿Por ejemplo, existen a este propósito diferencias regionales (formas revolucionarias, adhesión, rechazo)?

Sin embargo, la experiencia revolucionaria no es siempre directa: una particularidad de la revolución es que de un modo u otro, tiende a exportarse, tanto en el espacio (el temor al «contagio», como el deseo de extender o imitar un modelo, regularmente acompañaron las revoluciones históricas) como en las conciencias y el imaginario. ¿Cómo un español o un latinoamericano llega a reivindicar la herencia de Lenín o de Robespierre? Podemos preguntarnos por qué algunos modelos se difunden y otros no. En este punto surge la cuestión de la transferencia de los modelos, del sentimiento de pertenencia política, de la voluntad de construir concatenaciones memoriales; de lo que se juega, en el plano simbólico, en la adhesión a la revolución o en su rechazo. Esos modelos y transferencias configuran el imaginario y se reflejan en el arte y la literatura, que los difunden, exaltan, los consideran con distancia crítica o desencanto, o los descalifican. Arte y literatura constituyen el espejo del imaginario político de una sociedad en el momento t, pero no se limitan a reflejarlo: también contribuyen a su elaboración y participan en las relaciones de poder sociales, políticas y simbólicas, con otros discursos.

El objeto de nuestra reflexión no se limitará a examinar las revoluciones en el mundo ibérico, sino que consistirá en estudiar el vínculo esencial entre el hecho revolucionario (local o extranjero, presente o pasado) y el imaginario, y en ver cómo ambos se alimentan y construyen mutuamente, mediante las modalidades de la transmisión. Los ejes propuestos son los siguientes:

  • «la» revolución y el imaginario
  • imaginarios pasados y presentes
  • memoria de la revolución, la revolución en la memoria
  • experiencias y memorias cruzadas
  • biblioteca, lecturas e influencias de los revolucionarios
  • el «revolucionarismo» en el mundo ibérico

 

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